lunes, 18 de agosto de 2008

Desafinando

1.- Si no cerramos los ojos a un mundo en el que se sigue ahondando la brecha entre pobres y ricos;Si miramos cómo crece la violencia en la juventud que nació del lado de los que pierden; Si observamos con dolor cómo, en lugar de tenderles la mano, los reprimimos porque nos dan cada vez más miedo; Si no podemos dejar de estremecernos con las cifras de la mortalidad materna e infantil; Si no nos permitimos olvidar el hecho atroz de que los niños mueran por enfermedades que pueden curarse, y por un hambre que puede saciarse si los países ricos no echaran al agua los alimentos para mantener sus precios; Si no podemos aceptar la realidad de que dejaremos un mundo invivible a nuestros hijos si seguimos dañando el planeta como lo hacemos hoy. Si no conciliamos con la hipocresía de quienes donan lo que les sobra y defienden con las uñas sus privilegios para seguir decidiéndolo todo. Si seguimos hablando claro y fuerte de todo esto: ¡Qué aguafiestas!
2.- Si una tiene el corazón a la izquierda nos aconsejan no decirlo, guardarlo para la intimidad y la nostalgia: “No se ve bien. Además, no existe más esa división absurda entre izquierdas y derechas desde que se cayó el Muro de Berlín.” Nada más falso. Lo que fracasó fue el socialismo autoritario, burocrático y estatista. Ser de izquierda es luchar contra las desigualdades que se pueden y deben evitar como dijo con razón el maestro Bobbio.
3.- Si una no se cree más ese cuento que el enemigo de mi enemigo es mi amigo; Si Chávez no me convence con su militarismo populista, autoritario e inflamado; Si Castro tampoco porque persigue desde siempre a quienes se le oponen. Si una mide con el mismo rasero las violaciones a los derechos humanos que ocurren en Venezuela, en Cuba, Zimbawe, Sudán o China y las bárbaras torturas de Abu Gharib o la situación en la que los Estados Unidos mantienen a los presos en Irak, Bagram en Afganistán y Guantánamo. Si una se comporta así, se vuelve una paria. Ya me lo han advertido: “Nunca se sabe cuándo vamos a necesitar de los dólares de Venezuela ¡Qué ingenua!”.
4.- Si una cree que la ética es fundamental en la política te miran como a un bicho raro, una especie en extinción;Si no coqueteas con quienes están dispuestos a engrasarte la mano para luego pasarte la factura, como lo han hecho siempre las y los políticos; si no quieres hipotecarte, diagnostican tu inminente fracaso por ausencia de realismo y exceso de candidez. “¿Y ésta, de dónde cree que sale la plata para financiar a los partidos? ¡No va a llegar a ninguna parte!”
5.- Y qué si creo en todo esto?¿Y cómo me sentiría si arriara las banderas que le dan sentido a estar en la política?: cambiar lo que está mal y causa sufrimiento injusto; crear las condiciones para que todas y todos podamos vivir con dignidad; respetar nuestra naturaleza y construir sociedades en las que nos tratemos como iguales y con respeto. Definitivamente, prefiero desafinar. La libertad la he pagado siempre cara y no la cambio por nada.
Autora: Lic. María Azucena Ysihuayla Ramos (mazyra@hotmail.com)

RACISMO EN MEDICINA

Apreciados Amigos:
Asi como esta historia muy real por cierto....cuantas injusticias mas se habran cometido ....y se estaran y seguiran cometiendo. Probablemente muchos ya conoscan esta noticia pero de todas maneras les publico este reporte adicional........siempre es bueno conocer a los medicos anónimos que hicieron posible el avence médico.
Vean el siguiente adjunto:
Hamilton Naki, que murió el 29 de mayo a los 89 años, empezó de jardinero en la Universidad de Ciudad del Cabo. Luego limpió las jaulas del Departamento Médico y, más adelante, trabajó como anestesista de animales. Lo más importante es que su destreza hizo posible el primer trasplante de corazón humano.
La muerte de Hamilton Naki, condenado durante casi cuatro décadas al anonimato por su condición de negro, nos recuerda uno de los episodios más vergonzosos de la medicina moderna.
En la Sudáfrica racista del apartheid, donde se establecían diferencias en el sistema jurídico en función del color de la piel, fue Christian Barnard -sudafricano blanco- quien en 1967 recibió todos los honores por llevar a cabo el primer trasplante de un corazón humano. Pero fue también Naki, el humilde autostopista, quien aquella noche hizo posible lo que durante siglos había supuesto un reto imposible para la medicina.
El 2 de diciembre de 1967, Denise Darvaald, una joven blanca atropellada al cruzar una calle, fue trasladada con urgencia al Groote Schuurhospital (El Cabo), donde se le diagnosticó muerte cerebral, aunque su corazón seguía latiendo.
En otra cama del mismo hospital, Louis Washkansky, un tendero de 52 años, agotaba sus últimas esperanzas de vivir. Entonces, el Doctor Barnard decidió intentar el trasplante. En una épica intervención de 48 horas, los dos equipos lograron extraer el corazón de la joven e implantarlo en el cuerpo de Washkansky. Los asistentes recuerdan la delicadeza con la que Naki limpió el órgano de todo rastro de sangre antes de que Barnard volviese a hacerlo latir en el pecho del hombre.
Pero, ¿qué hacía Hamilton Naki, un ciudadano de segunda, que había abandonado los estudios a los 14 años por necesidad, en medio de una de las operaciones más destacadas del siglo?
Quizás las palabras del célebre Barnard, poco antes de su muerte, lo resuman: "Tenía mayor pericia técnica de la que yo tuve nunca. Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido".
Nacido hacia 1926 en una aldea del antiguo protectorado británico del Transkei (provincia de El Cabo), todo parecía condenarle -como al resto de sus compatriotas negros- a una existencia mísera en el inicuo régimen del apartheid. Poco a poco, sus capacidades le fueron granjeando puestos de responsabilidad. De limpiar jaulas pasó a intervenir en operaciones quirúrgicas a los animales del laboratorio, donde tuvo la oportunidad de anestesiar, operar y, finalmente, trasplantar órganos a animales como perros, conejos y pollos. De manera encubierta, Naki se había convertido en técnico de laboratorio.
Él a menudo ingrato trabajo de experimentar con animales le permitió afinar sus dotes quirúrgicas: "Ahora puedo alegrarme de que todo se sepa. Se ha encendido la luz y ya no hay oscuridad", dijo éste héroe clandestino al recibir en 2002 la orden de Mapungubwe, uno de los mayores honores de su país, por su contribución a la ciencia médica. Hasta sus últimos días, uno de los mayores cirujanos del siglo sobrevivió con una modesta pensión de jardinero.
JORGE ESCOHOTADO