En Surco, distrito donde vivo, han aparecido numerosos carteles que advierten sobre la mendicidad infantil. No está mal, pero siento que es como si nos dijeran: “Esa realidad que están viendo no es, en verdad, la realidad. Es solo una ficción creada por gente sin escrúpulos que pretende vivir del esfuerzo ajeno y, si no fuera por esos malditos, los niños mendigos estarían en la escuela bien desayunados y preparándose para el futuro”. Eso es al menos lo que yo interpreto cuando leo en los carteles (cito de memoria): “Detrás de cada niño que pide dinero en la calle hay un adulto que lo explota”. En algunos casos es verdad; en otros, no.
¿Cómo puedo diferenciar yo quién está siendo explotado y quién, empujado por su propia hambre o por la desesperación de su familia, sale a pedir dinero? Difícil discernir. Y más difícil aún cuando sabemos que, para cada uno de esos niños, nuestra casi siempre minúscula ayuda puede significar comida o ayuno y, a la larga, salud o enfermedad y, más a la larga, vida o muerte. En verdad, el alcalde de Surco me pone en un dilema en el que sus bonitos carteles no alcanzan para calmar mi conciencia. Cargo en mi experiencia varias décadas de trabajo social y he conversado e investigado aquí y en otras partes del mundo (y cuando digo mundo me refiero al vasto planeta, pues hoy hasta en los países ricos hay niños limosneros), y mi impresión es que la mayoría de quienes piden limosna son empujados por sus propios padres a hacerlo.
En muchos casos, se trata de familias sin figura masculina y con una madre que hace malabares para sobrevivir. ¿Explota ella a su hijo cuando lo manda a pedir limosna? ¿O, simplemente, obedece a una estrategia de supervivencia en la cual ella y el mayorcito deben asegurar la comida del resto de la familia? ¿Que hay mafias? Por supuesto. Que quienes las integran son unos explotadores. Por supuesto y, además de explotadores, son unos h de p.
¿Se combate a las mafias dejando de dar unas monedas a los niños que explotan o realizando una investigación policial que puede iniciarse en este mismo instante conversando con los niños limosneros? No creo que sea tan difícil desarticularlas. En todo caso, no me parece justo que quienes paguen las consecuencias sean los que piden exigidos por la realidad, ni tampoco los explotados que también –ojo– son víctimas de esa misma realidad. Uno no recluta limosneros entre la clase media, ni siquiera entre sectores que con las justas llegan a fin de mes. Sus víctimas pertenecen a los estratos sociales que esta sociedad y su ridícula teoría del 'chorreo’ dan por no existentes.
Solo aparecen en las estadísticas y hasta ahí son molestos para el orden establecido. Una vez más, los más pobres pagarán las consecuencias de los desatinos políticos que terminan promoviendo mafias que trafican con drogas o seres humanos. Si hay niños dispuestos a pedir limosna no es porque haya mafiosos dispuestos a utilizarlos. El problema comienza más arriba, y ninguna enfermedad se cura tratando los síntomas.