Una mañana de agosto, no más fría ni gris que las otras, hallándome en casa
concentrado en la lectura, noté el inicio de un sonido apenas
perceptible en el ambiente. Era musical, armonioso, breve y lejano. Y conforme
se acercaba, su intensidad creciente lo tornaba más nítido, más bello, pero
también más familiar. Una tonada dulce, de cadencia lenta y corta duración, con
silencios regulares, una caricia para el alma. Soñador
incorregible, cerré el libro y me abandoné a la nostalgia.
Quienquiera que lo oyese ni se inmutaría, pues aquel sonido se
suma al mar de fondo de sonidos cotidianos, como las bocinas,
chicharras de panaderos, gritos amplificados de vendedores, recicladores,
ropavejeros, enhebrados en la urdimbre de vivencias colectivas de nuestra añosa
Lima;
remanentes de sus antiguas costumbres que aún perviven. Quien
pausadamente caminaba por la vereda, anunciándose con su siringa mientras hacía rodar su carreta, era
un silvestre afilador. No obstante, y he ahí la diferencia, se trata de un
músico, que mientras camina entona una melodía de la que es autor. Tiene un
giro
musical propio, suave, atractivo, nada perturbador, animoso a veces, otras
plañidero. Y esa fría mañana su música me tocó
el corazón.
Estos laboradores ambulantes, en su mayoría de origen andino
y por tanto recios caminantes, recorren calle tras calle, como
sombras del pasado, intentando llamar la atención de los vecinos
mediante el pertinaz sonido de un pequeño instrumento de viento. Es sencillo, pero muy
sonoro y versátil, la siringa, sucedánea de la flauta de Pan,
un dios
de la mitología griega. Pan, hijo de Hermes era considerado el dios de los
pastores. Era un híbrido, tenia el busto de hombre y el cuerpo de macho cabrío.
Su frente estaba ornada con vistosa cornamenta. Pan se enamoró de la
ninfa Siringa, bellísima, quien desdeñó su requerimiento y huyó por el campo perseguida
por el furibundo y frustrado amante. Desesperada, Siringa pidió ayuda a sus
hermanas y éstas la convirtieron en cañas, plantadas al borde del
camino. Al llegar Pan sólo encontró eso, de manera que cortó las cañas y ordenó
su tamaño, atándolas en hilera, formando así una flauta, a la que llamó siringa
en recuerdo de la ninfa que amó. Sólo él le
arrancaba melodías impregnadas de honda tristeza...
La
siringa es pues un instrumento cuyo origen se entreteje con la leyenda. Y
hasta hay virtuosos en su ejecución. Tuve la suerte de sólo una vez escuchar un
concierto en que el tema era un dinámico y alegre diálogo entre la siringa,
pequeña, expresiva, de una sonoridad conmovedora, y nada menos que la monumental
Orquesta Filarmónica de Berlín. Por momentos
creía estar escuchando una pequeña y delicada trompeta de
cristal.
El afilador es un héroe anónimo del trabajo.
A paso lento recorre muchos kilómetros en una jornada que por lo que veo le debe
ser muy desfavorable. Ya no hay en casa cuchillos o tijeras que no corten. Y de
ser así, se compra uno nuevo. Muchas cosas son hoy descartables. Ante esos
cambios, él quedó como detenido en el tiempo, insistente, tenaz e, inmutable
sigue caminando impulsando su carro, que, bien observado, es un laboratorio de
física móvil... Recuerdo que en tercero de secundaria en el estudio de las
palancas ideado por Arquímedes, se graficaba en un libro mediante un bello
dibujo a carbón el carrito del afilador como ejemplo concreto de palanca
inter-potente pues la fuerza del pedal se aplica entre el punto de apoyo en
tierra y el peso a moverse que es una piedra de origen volcánico tallada en
forma de rueda , es la piedra
afiladora montada en una volante pequeña que a su vez es movida por una faja calzada
en una rueda grande que se mueve por la fuerza que el artesano imprime al pedal
que es oscilante y así con relativo poco esfuerzo se logra dar las revoluciones
necesarias a la piedra que gira a gran velocidad. De ahí las chispas que saltan
como luces de bengala al contacto del metal con la piedra en movimiento que nos
encandilaba contemplar siendo niños, cuando la abuela entregaba por lo menos
tres piezas para afilar ante el regocijo del artesano. Pero hoy todo ha
cambiado; incluso el concepto de palanca se ha envilecido y no resulta
agradable mencionarlo.
Pero tú, querido amigo afilador, soñador empedernido, seguirás
caminando, devorando cientos de cuadras de sol a sol, soplando tu decolorida y
vieja siringa, haciéndola llorar por la nostalgia de tiempos mejores que
quedaron atrás, muy lejos y ocurrió sin que te dieras cuenta. Sigue en paz tu
camino por la vida, caminante; y siéntete feliz, pues Dios siempre provee al que
es honrado y porque tienes delante un tesoro que algunos añoramos: la
libertad de ir por el camino que tu quieras...
Llego mi correo de parte de José Quiche
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