jueves, 4 de octubre de 2012

SIRINGA


Una mañana de agosto, no más fría ni gris que las otras, hallándome en casa concentrado en la lectura, noté el inicio de un sonido apenas perceptible en el ambiente. Era musical, armonioso, breve y lejano. Y conforme se acercaba, su intensidad creciente lo tornaba más nítido, más bello, pero también más familiar. Una tonada dulce, de cadencia lenta y corta duración, con silencios regulares, una caricia para el alma. Soñador incorregible, cerré el libro y me abandoné a la nostalgia.


Quienquiera que lo oyese ni se inmutaría, pues aquel sonido se suma al mar de fondo de sonidos cotidianos, como las bocinas, chicharras de panaderos, gritos amplificados de vendedores, recicladores, ropavejeros, enhebrados en la urdimbre de vivencias colectivas de nuestra añosa Lima; remanentes de sus antiguas costumbres que aún perviven. Quien pausadamente caminaba por la vereda, anunciándose con su siringa mientras hacía rodar su carreta, era un silvestre afilador. No obstante, y he ahí la diferencia, se trata de un músico, que mientras camina entona una melodía de la que es autor. Tiene un giro musical propio, suave, atractivo, nada perturbador, animoso a veces, otras plañidero. Y esa fría mañana su música me tocó el corazón.

Estos laboradores ambulantes, en su mayoría de origen andino y por tanto recios caminantes, recorren calle tras calle, como sombras del pasado, intentando llamar la atención de los vecinos mediante el pertinaz sonido de un pequeño instrumento de viento. Es sencillo, pero muy sonoro y versátil, la siringa, sucedánea de la flauta de Pan, un dios de la mitología griega. Pan, hijo de Hermes era considerado el dios de los pastores. Era un híbrido, tenia el busto de hombre y el cuerpo de macho cabrío. Su frente estaba ornada con vistosa cornamenta. Pan se enamoró de la ninfa Siringa, bellísima, quien desdeñó su requerimiento y huyó por el campo perseguida por el furibundo y frustrado amante. Desesperada, Siringa pidió ayuda a sus hermanas y éstas la convirtieron en cañas, plantadas al borde del camino. Al llegar Pan sólo encontró eso, de manera que cortó las cañas y ordenó su tamaño, atándolas en hilera, formando así una flauta, a la que llamó siringa en recuerdo de la ninfa que amó. Sólo él le arrancaba melodías impregnadas de honda tristeza...


La siringa es pues un instrumento cuyo origen se entreteje con la leyenda. Y hasta hay virtuosos en su ejecución. Tuve la suerte de sólo una vez escuchar un concierto en que el tema era un dinámico y alegre diálogo entre la siringa, pequeña, expresiva, de una sonoridad conmovedora, y nada menos que la monumental Orquesta Filarmónica de Berlín. Por momentos creía estar escuchando una pequeña y delicada trompeta de cristal.
El afilador es un héroe anónimo del trabajo. A paso lento recorre muchos kilómetros en una jornada que por lo que veo le debe ser muy desfavorable. Ya no hay en casa cuchillos o tijeras que no corten. Y de ser así, se compra uno nuevo. Muchas cosas son hoy descartables. Ante esos cambios, él quedó como detenido en el tiempo, insistente, tenaz e, inmutable sigue caminando impulsando su carro, que, bien observado, es un laboratorio de física móvil... Recuerdo que en tercero de secundaria en el estudio de las palancas ideado por Arquímedes, se graficaba en un libro mediante un bello dibujo a carbón el carrito del afilador como ejemplo concreto de palanca inter-potente pues la fuerza del pedal se aplica entre el punto de apoyo en tierra y el peso a moverse que es una piedra de origen volcánico tallada en forma de rueda , es la piedra afiladora montada en una volante pequeña que a su vez es movida por una faja calzada en una rueda grande que se mueve por la fuerza que el artesano imprime al pedal que es oscilante y así con relativo poco esfuerzo se logra dar las revoluciones necesarias a la piedra que gira a gran velocidad. De ahí las chispas que saltan como luces de bengala al contacto del metal con la piedra en movimiento que nos encandilaba contemplar siendo niños, cuando la abuela entregaba por lo menos tres piezas para afilar ante el regocijo del artesano. Pero hoy todo ha cambiado; incluso el concepto de palanca se ha envilecido y no resulta agradable mencionarlo.
Pero tú, querido amigo afilador, soñador empedernido, seguirás caminando, devorando cientos de cuadras de sol a sol, soplando tu decolorida y vieja siringa, haciéndola llorar por la nostalgia de tiempos mejores que quedaron atrás, muy lejos y ocurrió sin que te dieras cuenta. Sigue en paz tu camino por la vida, caminante; y siéntete feliz, pues Dios siempre provee al que es honrado y porque tienes delante un tesoro que algunos añoramos: la libertad de ir por el camino que tu quieras...
Llego  mi correo de parte de José Quiche

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